El quinto libro de madrigales, publicado en 1605 y al que pertenece Cruda Amarilli, supone un punto de inflexión en la carrera de Claudio Monteverdi. Se nos hace espcial, ya que el uso de la disonancia se hace más audaz cuando el texto lo requiere. El texto de la obra procede de Il pastor fido de Guarini, poema pastoril en el que se narra el conflicto emocional entre dos parejas de amantes, Amarilli y Mirtillo por un lado, Dorinda y Silvio por el otro.
El protagonista, Mirtillo, se queja de la cruel Amarilli, que le ha enseñado, amargamente, a amar (me encanta el juego de palabras «amar, amaramenti»); engatusado pero también desengañado compara a la mujer amada con una serpiente, «más sorda y más fiera y más fugaz», aunque también «más pálida y más bella que el blanco jazmín»; pero en el desenlace pesa más el amor que el odio: «puesto que al hablar te ofendo, moriré en silencio».
Cruda Amarilli, che col nome ancora, d’amar, ahi lasso! amaramente insegni; Amarilli, del candido ligustro più candida e più bella, ma de l’aspido sordo e più sorda e più fera e più fugace; poi che col dir t’offendo, i’ mi morrò tacendo.
Cruel Amarilli, que con tu propio nombre, me has enseñado, ¡ay de mí!, a amar amargamente; Amarilli, más pálida y más bella que el blanco jazmín, pero más sorda y más fiera y más fugaz que el sordo áspid; puesto que al hablar te ofendo, moriré en silencio.
Anoche me invitaron a participar en un “inofensivo” juego teenager que consistía en enumerar ocho extraños hábitos tuyos. Como su nombre indica, el juego pretendía que demostrases ante todos que no sólo eras raro sino que eras mucho más raro de lo que pensaban.
Mis ocho hábitos -tengo más- eran: 1. Me encanta tararear canciones: en la ducha, en el coche, mientras me visto… Incluso me apasionan los playback. 2. He desarrollado una curiosa relación con mis ausencias. 3. Suelo ver al menos una película en VOSE al mes. Me encantan los clásicos. Últimamente Bergman es mi favorito. 4. No soporto que la gente aplique un saber popular a mi situación. No soporto cuando, aplicando la generalización, me etiquetan o creen saber lo que me pasa. 5. Me enfurece mucho que me mientan cuando sé que me están mintiendo. 6. Me encanta la pizza con piña. 7. Recientemente me emociono con mucha facilidad. 8. No soporto la felicidad “desmesurada” e injustificada.
Estoy un poco cansado de los discursos de los libros autoayuda: refuerza tu autoestima. Conócete más. No tengas conductas negligentes. Tienes que romper con ese apego desmesurado a antiguas rutinas, lugares o personas. Trabaja la falta de entusiasmo por los cabios y la reticencia a estos una vez se han producido. Necesitas seguridad y cuidado de uno mismo. Presta atención a tu capacidad interior para el goce y el placer… MI pregunta es ¿Me sirve de algo? Ante ellos me siento más perdido que Belén Esteban en la biblioteca nacional.
Soy como soy, un ser imperfecto. Tengo mis limitaciones, mis días grises y mis días verdes. Y cuanto antes asuma que van a existir estas bajadas, estos cambios de humor, menos atrapado estaré por ellos. Acepto mi derrota temporal, mi forma de ser. Cuando la derrota viene, la acepto como una señal, de que mis planes no son sólidos. Tan sólo he de embarcarme de nuevo en la construcción de mis días. Es la voz “Nosce te ipsum”. Conocernos es aceptar que somos imperfectos y lo seremos siempre.
Creo que para animar y levantar el espíritu lo que haría es convertir la vida en un musical, poner banda sonora a nuestra propia vida, cantar a cada momento que vivimos. Porque si la vida fuera un musical, tendríamos muchos menos problemas. Seríamos mucho más felices y comeríamos muchas más perdices. ¡Qué narices! Voy a convertir mi miserable vida en un musical!
¿Sabes cuánto cuesta el billete que conduce a la nada? Hay días en los que me siento un simple ropaje sin alma: flotando distante y presente. Pero mi claridad mental sigue deslumbrando a las propias emociones. A veces hay demasiado ruido en el ambiente, la bulla que nos hace distinguir los contornos de los demás. Durante otros días me mezclo de añoranza y aventura, como una lámpara de lava. ¿Sabes cuánto cuesta sentirse en la nada? Hay días que me siento desgastado, como un pañuelo de papel. Sin ganas de escribir o pensar, porque siento la piel demasiado usada.
Releo un poemario de Martí i pol. Me encanta toparme con sus imágenes, tan liberadoras. Compruebo que con sus versos me siento mejor, que las fisuras siempre acaban cerrando. Aunque existan los círculos abiertos.
El tamaño de mis emociones no importa. Como tampoco importa llegar entero a casa o tomar té a las cinco de la tarde. Las huidas son complicadas. Pero por suerte, siempre aparecen compañeros y compañeras de viaje, que con guiños desde las sombras acostumbran a pintar sonrisas en nuestra espalda.
"Ahora te escribo, ya ves, para decirte apenas que todo es como antes, que nada cambia en el fondo si no lo tocamos nosotros, que sólo nos atañe este silencio compartido, y el riesgo de creer y crecer como árboles aislados que une, a ratos, un mismo viento o una misma lluvia."
Hoy observé a mi padre mientras leía el diario. Hubo un poco de todo: añoranza, risa, sueño, aniversario, frío y un enorme cariño.
Tengo la aspiración de sobrevivirme, corriendo a la deriva hacia el otro extremo de mis actos. Las ráfagas de luz son intermitentes en este rito divisorio entre buenos y malos. Sólo existe la vigencia de vivir, de no autoengañarnos más. Lo que creía ayer, hoy son indicios, referencias litúrgicas de lo que caminamos.
Tengo la funesta manía de pensar, de escupir palabras apócrifas contra sentimientos retráctiles, reptiles, sumisos y viles. Mi coraza estaba cuarteada por días romos (obtusos, embotados). No podía negarme a mi propio despertar. Nunca tuve aspiración de Bella durmiente.
Invariablemente a lo que se piense, que soy un intérprete lerdo, oriundo, con un triste émulo de nada, o bien un zafio de común estolidez, sólo intento hacer que la historia me pertenezca. Intento engullir mi deleznable ser.
Aspiro a sobrevivirme. Soy el tiempo que me queda.
En uno de sus escritos, San Agustín dice “La medida del amor esamar sin medida." De alguna manera nos invita a amar hasta el extremo, dejándonos la piel y entregando las entrañas. Pero desde hace unas semanas no comparto esta idea. No podemos amar sin medida, ya sea por agotamiento (físico o psicológico), por la simple imposibilidad de mantener dicho amor o bien porque la otra persona abusa de la entrega hasta convertirlo en algo enviciado. De algún modo, hoy le vengo a dar la razón a mi hermana y a la guía espiritual.
Desde hace unas semanas he despertado una especie de intolerancia por aquellas relaciones que me dañaban. He comprendido que no necesitamos amar sin medida para ser diferente en la multitud, para ser miembro admitido de ese enjambre. Pero también, porque no necesitamos ser aceptados por todo el enjambre. El mismo San Agustín decía aquello de “Pondus meum amor meus” Mi amor tiene un peso. Por lo tanto, si amamos sin medida a todo el mundo, acabamos con una mochila pesada a las espaldas. Porque cargamos con los problemas de los demás. Sólo aquellos que comparten el peso de su vida son estimables de compartir el peso del amor.
Uno sigue queriendo a la gente, pero no todo el mundo merece ese amor. He aprendido que podemos respetar o incluso aceptar al resto de personas sin desearles mal. Pero cuando se rompe la conexión, una vez se sobrecarga el peso de las emociones por un exceso de chasquidos, los lazos se rompen con una irreparable fragilidad.
No quiero que la gente siga aprovechándose de mí o de aquellos a los que quiero. No quiero más contrariedades que aquellas que acepto, no las que me imponen. Omitido y desvalorizado el sentimiento emergen dos mundos, dos vidas, separados y segregados, espiritual y corporalmente. Hay lazos que nos aferran y otros que nos disparan en direcciones contrarias. Esos lazos suelen ser una trampa que estimamos, pero al fin y al cabo, vaho, un harmónico besamanos, cortesía vacía inserta en las palabras. Y al igual que los sentimientos, las palabras también tienen su peso. Tal vez el silencio sea la mejor opción para aligerar el contrapeso del color de las palabras.
Por mi bien, y el de los demás, yo no puedo querer sin medida. No quiero que llegue el verano y me encuentre nuevamente agotado por las cuerdas emocionales.