Sé que no debemos olvidar el pasado, nuestro pasado, pero a veces éste actúa como un iceberg que nos puede hundir si no estamos alerta. Uno es hijo de su propia historia, pertenecemos a nuestra matriz cultural, pero eso no significa que debamos estar siempre enganchados a ella. En ocasiones, dejamos que el pasado actúe como una biografía de máscaras abandonadas, de aquello que fuimos y nos llevó al ser. Seguimos con la careta puesta, sin superar esos islotes de hielo (llámese amores pasados u otras cosas perdidas pero presentes en la mente), cuando lo que nos convendría sería despendernos de esos peligros, o en el menor de los casos, de tenerlos presentes en la carta de navegación para no naufragar.
Para sentirnos libres, lo que importa es el aquí y el ahora. La liberación debe llegarnos en el presente, no en el final de los tiempos, como una especie de salvación mesiánica. ¿Os dais cuenta de la influencia religiosa que contiene el pasado? La culpabilidad, las obsesiones por aquello que hicimos, los remordimientos... todo apunta a un sufrimiento importado del castigo eterno. Seríamos más libres, si aplicando la idea Zen, sólo tuviésemos en cuenta las responsabilidades y no la culpabilidad. En el momento en que le otorgamos culpabilidad al tiempo, éste cae pesado sobre los hombros. Pero creo que esto es asunto de otra entrada, no de lo que quería decir hoy.
Con esta entrada pretendo plantear la perspectiva del tiempo como un eterno presente, contrapuesto al tiempo degenerativo que procede de la abdicación del presente. Dicho de otro modo: La percepción del tiempo presente. Según la física quántica el tiempo no transcurre y el presente no se mueve. El presente se define por si mismo, no necesita de referencias externas para afirmarse. En la carta de pésame que Einstein escribió a la hermana de su amigo Besso, le decía “para nosotros, físicos convencidos, la distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión”.
Podría poner mil ejemplos sobre la inexistencia del tiempo y de sus fusiones (pasado, presente, futuro) sobre nosotros, como, por ejemplo, las conclusiones de la ontología de Parménides: El ser no ha comenzado nunca a ser ni puede nunca dejar de ser, o bien, el ser está fuera del tiempo y no tiene duración. Es concebido en un eterno presente. Podría nombrar los argumentos de Zenón contra el movimiento, y seguir hasta la extenuación. Pero no lo haré, porque perdería el hilo. Lo que quiero decir hoy es:
Las lamentaciones por lo que pudo ser y no fue, por la equivocaciones, por las pérdidas... toda esa marrullería sadomaso debe desaparecer de nuestro camino. Y no estoy diciendo olvidar. Lo que quiero decir es que a veces es necesario aflojar las correas y vivir más el presente, que al fin y al cabo, es lo único real.
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