Los finales de trimestre siempre son traumáticos y estresantes. Debo aprender a vivirlos con calma, con anticipación. Pero eso es un aprendizaje del que ya me ocuparé en la intimidad. Je je. Este sábado actuamos en el palacio de congresos de Ibiza, para los enfermos del alzheimer. Fue una actuación revuelta y agitada, pero cumplimos con el objetivo final: divertir a la gente. Yo tuve que suplir a un personaje, así que estuve toda la noche entre los mandos técnicos y las tablas del escenario. (Me prometí muchas veces no volver a hacerlo, pero siempre caigo en la misma piedra.)
En el palacio, estaban presentes la Sacralidad y la Iluminación, mis dos abismos superficiales. Mientras actuaba, las tenía presentes, y sonaba en mi mente la canción J' ai jete mon coeur de Françoise Hardy. He de decir, que desde hace unos días, la Iluminación ha perdido toda su fuerza de atracción, y la Sacralidad hace meses que no estaba presente, más que en alguno de mis cuentos (que por cierto, me publica este mes una revista de Barcelona). La Iluminación ha dejado de seducirme, que no es lo mismo que el deseo. La seducción no es deseo, sino lo que juega con el deseo y se burla del deseo. Lo que eclipsa el deseo, le hace surgir y desaparecer, levanta las apariencias delante de él para precipitarle a su propio fin. Como consecuencia, perdió su fuerza y todo mi interés.
Pero al volver a ver la fuerza enigmática de la Sacralidad, se puso en marcha el proceso de seducción y, con él, su fuerza gravitacional o de succión, permaneciendo más allá de su propia historia, de su determinación, de su verdad, de la resolución enigmática. Y lo que habita en el corazón de esa fuerza, no es el deseo, sino el desafío del mismo. Para la seducción, el deseo no existe. Así como tampoco el azar para el jugador. En el mejor de los casos, es la que permite jugar: una baza. El deseo es lo que debe ser seducido, como el resto, como Dios, como la ley, como la verdad, como el inconsciente, como lo real. Tales cosas sólo existen en el breve instante en que se las desafía a existir, sólo existen por el desafío que les formula precisamente la seducción, que abre ante ellas una sima sublime, a la que acudirán sin cesar a precipitarse, en un último resplandor de realidad. Pensándolo bien, nosotros mismos sólo existimos en el breve instante en que somos seducidos, sea lo que sea lo que nos arrastre: un objeto, una cara, una idea, una palabra, una pasión.
No me enrollo más y me voy a seguir con los informes de evaluación. ¡Odio tener que evaluar!
2 comentarios:
Eso,eso tomate las cosas con calma que no merece la pena ponerse nervioso jejej.Felicidades por esa publicacion.Abrazos.Prado
Menos mal que estás estresado, sino, no sé qué habrías explicado. Al fin te desprendiste de una de las dos? je je. Igual ahora llegas tarde para la Sacralidad. Calma con las evaluacions. Ya leeré ese cuento, si nos explicas dónde encontrarlo. Patricia
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