Cuando estoy enfermo y tengo fiebre, empiezo a soñar con números, operaciones matemáticas, combinaciones inacabables de cifras, vectores, diagramas, fórmulas y teoremas, ángulos y radios. Me angustia no encontrar una solución a una suma de dos cifras o a una división de restaurante. Cuando tengo fiebre, algo me sobreviene derrumbando mi lógica, y debo volver a empezar con la operación. Los números me ahogan, me quitan el aire, me hacen sudar. Me intranquilizan. Necesito acabar los deberes de matemáticas para poder descansar. Cuando tengo fiebre, los números me atacan. Me persiguen las sombras de las formas geométricas. Triángulos y círculos, inacabados, danzan en el aire que he de respirar. Y mientras, un maldito hexágono me carcome los nervios. Y no hay método que aplaque su aparición. Olvido sus nombres, no las reconozco. No las puedo crear, ni las puedo borrar. No tengo dominio sobre ellas. Cuando tengo fiebre me atacan las matemáticas.
Ya tenía razón Eugène Ionesco en «La cantatrice chauve» cuando nos decía que fuésemos con cuidado al dibujar un círculo «Prenez un cercle. Caressez-le. Il deviendra vicieux.»
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Enceto un nou desig, amb aquest canvi de lluna.
Que els meus dits puguin recordar-te
a cada intermitència del nostre món.
Ya tenía razón Eugène Ionesco en «La cantatrice chauve» cuando nos decía que fuésemos con cuidado al dibujar un círculo «Prenez un cercle. Caressez-le. Il deviendra vicieux.»
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Enceto un nou desig, amb aquest canvi de lluna.
Que els meus dits puguin recordar-te
a cada intermitència del nostre món.
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