Me habría gustado decirles a estas personas que el padre de Copérnico era panadero, como el mío, y el de Kepler regentaba una taberna. Newton era hijo de un agricultor y Kant de un guarnicionero. H. G. Wells nació en el seno de una familia muy modesta, lo mismo que Charles Dickens, cuyo padre llegó a estar preso por deudas. Antón Chejov era hijo de un modesto comerciante con seis hijos y trabajó para pagarse los estudios y ayudar a su familia. Thomas Edison tuvo poca escuela, y aprendió lo que buenamente le pudieron enseñar en su casa, que no era mucho. Podría ponerles muchísimos ejemplos más argumentando en contra de su generalización y etiqueta de exclusión social. Ha sido muy deprimente.
Me resulta muy sarcástico escuchar que un alumno actual, que tiene un centro educativo mucho mejor dotado de libros y profesores que las escuelas a las que acudieron sus padres o abuelos, tenga falta de ambiente o de ausencia de estímulos. Es de mal gusto y atenta contra la igualdad de oportunidades, algo por lo que luchamos políticamente. Otra cosa es que esas familias y esos alumnos quieran aprovechar lo que se les ofrece, y estoy siendo muy generalista con el uso del verbo querer. Pero es un fraude no dar lo mejor a los que sí “quieren”.
Empecé con el ajedrez y mi abuelo y acabaré haciendo una comparación con la inteligencia. Podemos decir que la inteligencia es un juego, como el ajedrez, y para jugar al ajedrez son necesarias unas piezas, las cuales se guardan en una caja cuando acaba la partida. Así pues, para jugar con la inteligencia necesitaremos unas piezas, las ideas, y mientras no las utilizamos quedan guardadas en una caja llamada memoria. A veces se confunde el contenido con la forma. Para razonar, para “jugar” no es necesario un talonario o una camiseta addidas. Necesitamos de unas estructuras de pensamiento y de unos contenidos de conocimiento. Es igual que seas hijo de pescador o de teniente de alcalde. Nuestra actuación debe ser la misma para todos.