Ayer asistimos al fraude artístico más grande que
hemos podido ver en Ibiza en los últimos tiempos. Me refiero al montaje Don
Giovanni. Normalmente no acostumbro a hacer críticas destructivas de lo que
veo, simplemente no digo nada o no lo recomiendo, pero después de las palabras
iniciales de su director, mi rabia fue mayúscula. Su director se ponía una
medalla al mérito por llevar la ópera al pueblo de Ibiza, un pueblo “inculto” y
“bárbaro” en este arte. Ignora que entre el público había “eivissencs” con un
sentido crítico y que conocen muy bien lo que es la ópera y lo que es el
trabajo de dirección. Eso es lo que me mueve a desenmascarar lo que creo que es
un timo, una estafa.
Por lo general, el público no tiene dificultad en
aceptar incongruencias de inflexión o de vestimenta, o en precipitarse del mimo
al diálogo, del realismo a la sugestión. Sigue el hilo de la historia, sin
saber que se han infringido una serie de normas, aunque el montaje se
caracterice por una cierta uniforme esterilidad. El espectáculo al que
asistimos ayer se nutre de unas horrendas máscaras, la de lo sucio y lo vulgar,
dando lugar a la rudeza. Este es el teatro del ruido, y el teatro del ruido es
el teatro del aplauso, y por lo visto lo sabe muy bien su director.
No criticaré el trabajo de los músicos o de los
intérpretes. Ellos lo hicieron fabulosamente, destacando algunas voces por
encima de otras, pero el “trabajo” de dirección me pareció una falta de respeto
al público, y mucho más acentuada a los que sabemos de qué va la cosa.
Truculentas escenas, adulteradas en su trama y capadas para que encajen en una
línea marcada desde dirección, que se nutre elementos desagradables,
discordantes y destructivos, actores y actrices que no saben moverse por el
escenario, que no justifican sus movimientos ni sus acciones, mucho menos sus
sentimientos; bailarinas que aparecen en escena sin una excusa... La
construcción de los personajes es pueril y de mal gusto, aparte de no tener
nada que ver con los originales. No quisiera que se me tildase de conservador.
Soy el primero en aceptar que una obra se adapte a un contexto histórico diferente.
Pero lo que no tolero es lo que vi ayer. Y sólo vimos el primer acto, porque en
el descanso, hastiado de semejante desfachatez abandonamos el Palacio de
Congresos.
No se pueden cambiar elementos del argumento sin una
justificación. Por ejemplo, y creo que con uno habrá suficiente, durante el
aria de de Anna: "Or sai chi l'onore – Él és quien intentó robarme
mi honor", no se nos muestra una mujer que ha sufrido un intento de
violación y que ha asistido al asesinato de su padre (que por cierto el
director mata en la primera escena de un ataque al corazón). Nos presenta una
mujer despechada y llena de ira, algo incongruente con la trama y los
sentimientos que pone Ottavio en el aria "Dalla sua pace – De su
paz, mi paz depende". Y como son incongruentes, el director decide
eliminar dicha aria (para mi gusto una de las más bellas de la ópera).
Podría
dar muchos más ejemplos de la desfachatez de lo visto: un equipo del C.S.I.
renacentista que levanta el cadáver del Comendador, un Leporello que saca de su
bolsillo una ristra de bragas para mostrárselas a doña Elvira, una felación
de Zerlina, una Zerlina prostituida, elementos
que distraen de la escena injustificados y de mal gusto… Si me decido a hablar
así es por la provocación de este señor sobre un público inteligente. Ante
semejante fanfarronería artística nos planteamos ¿Cuánto dinero ha conseguido
este señor de las instituciones públicas para hacer su Don Giovanni? Porque actuar en el Palacio no es barato… Estamos en
una época de recortes sociales, y tenemos que asistir atónitos a un espectáculo
que pretende ser arte y se queda en el camino. Sólo siento los 100euros que nos
costaron nuestras entradas.
Este
señor no se vuelve a reír de mí. Si quiero ver ópera seguiré cómo hacía hasta
ahora. No necesito de “salvadores culturales” ni de pseudointelectuales que
juegan con un público inexperto y se burlan de un público entendido que no le
perdona su nueva producción.