Estamos rodeados de música y, tanto si la valoramos como si no, juega un cierto papel en nuestras vidas. La música es una dimensión inevitable de nuestra experiencia vital, aunque haya quien la considere como algo marginal. Por esa razón, me enfada que la moderna “sociedad de masas” deje poco espacio para la creatividad local y personal. Odio que nos impongan estilos o grupos musicales por mercado. Nos moldean y nos alienan, crean estereotipos masivos, haciendo que cada uno de nosotros deje de preocuparse e implicarse en la música de hoy. Sí, mi gran queja es por las listas de éxitos, las guías convencionales de (supuesta) naturaleza musical (llámese OT o equivalentes) que el (supuesto) genio discográfico pone en nuestras orejas y actividades cotidianas.
Os propongo que os fijéis en la práctica musical de base que tenemos: Cómo se forman los grupos musicales, cómo se anuncian, cómo llevan a cabo sus actuaciones, las reacciones de sus oyentes (que no escuchantes), las vías de apoyo... Si lo hacéis, descubriréis que en la mayoría de los casos, lo que se vende es más una imagen, que no un sonido. Y puesto que la música juega un papel en nuestra cultura, no es de extrañar que el imperativo cultural del momento sea más la imagen que no el contenido. Una leve incomodidad para nuestros oídos.
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