Un día decides coger la podadora y acabar con todas aquellas flores abiertas que no van contigo, porque ni su olor ni su color combinan con tus dolores de cabeza. Y es que, el dolor de cabeza de los poetas se supone histórico, es decir que no cede ante las tabletas de analgésicos, sino ante la realización del Paraíso que llevan en sus palabras. Cara a cara con la luna navajera, bebo mi dosis de palabras ajenas, vuelo rasgando el áspero manto de unas manos. Aparecen los bostezos, asesinos de la ternura. Enferma el “teléfono”. Se me atragantan los versos amables de Cernuda y hago de mi vergüenza un deporte nacional. Corro los 100 metros lisos de la vergüenza, mientras pienso: “He de cortar las rosas, antes de que se marchiten. He de cortar las rosas, por el bien de mi moral poética”. Pero luego me invade el desánimo y me quedo con el trofeo del furtivo abandono.
Quisiera dotarla de biografía ilustre, pero sólo consigo admirarla mientras mantengo la podadora en la mano para cortar la flor en cuanto empiece a decaer.
3 comentarios:
Cuando acabes de podar, ¿me la prestas?
claro que sí, Dorothy. Te la prestaré sin problemas.
claro que sí, Dorothy. Te la prestaré sin problemas.
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