sábado, 17 de abril de 2010

Té y brownie

Merienda con L. Té verde y brownie. Por fin hemos conseguido encontrar un rincón en nuestro tiempo. Desde enero que no acertábamos una tarde libre. Hablar con ella es como llenarse los pulmones de aire fresco al salir de una habitación cerrada, viciada. L tiene la capacidad de presentar a las personas de una manera cruda, desnudas, de forma intensa. Este rigor, su severidad me aligera el ánimo. L sabe darle nombres generales a lo que vivo de manea singular, sin hacerme sentir estúpido, vulgar o culpable. Conoce mi manía por las taxonomías, las clasificaciones, fruto de una razón cartesiana. A veces me incrimina de buscar un lenguaje demasiado ideal, puramente instrumental. Es muy posible que sea así.

Con el té caliente, ella hace un inventario de sus hombres y yo de mis angustias, esas que algún día se habrán difuminado en otra persona. Esas que empiezan a decolorarse en mi probidad. Hay momentos de la conversación que me zahieren. Es cuando en su compasión pretende comprenderme como singular. L alterna en su vida silencios con quejas. Escucho su sufrimiento, el que vive relativamente a intervalos. Mientras, me dice que soy un romántico demasiado exigente como para desplegar mi drama con cualquier histérica. (Romántico en el sentido histórico, claro está). Saca a Keats en el momento en el que llega el pastel de chocolate.


Abrimos un viaje por el universo de los gestos, las miradas, los espacios, los tactos y los contactos. Intentamos reconocer las líneas y las fuerzas de la razón, donde hay un color diferente para emociones y sensaciones. Le explico la exuberancia que siento últimamente, la plenitud en mi vacío. Ella me habla de ternura, de compasión, de afán de posesión, de la paciencia y la impaciencia. Diferenciamos imaginación y cálculo, el éxtasis, la adoración y la añoranza. Todo un séquito de necesidades, sentimientos y lógicas cambiantes de nuestro espacio mental. Y llegamos a definir la locura de pasión, de esperanza o de satisfacción. Como siempre, no puedo evitar poner la dopamina sobre la mesa.

Antes de despedirnos me dice que todos oscilamos entre el pánico a decepcionar y el miedo a la soledad. Buscamos querer y ser queridos de forma relativamente honesta (L lo llama marginal. Es un amor marginal). Buscamos querer entre actos teatrales, entre sesiones de música o de lectura. Queremos encontrar la paz que nos satisfaga. Por mi parte, la voluntad de mejorar, por la suya, la sensualidad contagiosa.

No sé cuándo volveremos a coincidir. Pero me encantó compartir con ella un té y un brownie, mientras desnudábamos nuestros miedos. Igual ahora, encuentre una nueva fuerza para avanzar en mi camino hacia el magnetismo de la atracción.

6 comentarios:

Wonder dijo...

quina enveja, quina sort

oscar dijo...

Muy cierto eso de la oscilación. Todos estamos entre el miedo a la decepción o estar solos. Es algo natural.

Lacuerda dijo...

¿Es la chica que te cortaba las manos? Me gusta que te sientas feliz. besos

chuscartes dijo...

Wonder, a la propera et convidem.

Óscar, el miedo forma parte del proceso, pero no debe bloquearnos.

Lacuerda, No es la chica de las manos. L Es una amiga con la que no hay ningún vínculo de atracción.

Lacuerda dijo...

Por lo tanto, si que existe atracción hacia la chica que te corta las manos, no?

chuscartes dijo...

Lacuerda eres muy, muy, muy mala. Yo no dije eso, al menos de manera tan literal.